¿Educación? ¿Sexual?
am.com.mx - Olga Moreno

“-¡Lo caliente no quita lo inteligente!..”, “-¡No olvides llevar globos a la fiesta!..”, “-¡Hazlo seguro!..”

Banales, frívolas e infrahumanas resultan las campañas de “Educación” “Sexual” que promueve nuestro gobierno. Basta con escuchar estos mensajes emitidos por el Consejo Nacional de Población para darnos cuenta de quiénes son nuestras autoridades y qué concepto tienen del ser humano.

La sexualidad es la propia esencia de la persona. Somos seres sexuados por naturaleza. Todas nuestras relaciones son sexuadas, no pueden ser de otra forma. Somos hombres o mujeres. Cada palabra, cada mirada, cada acción la expresamos así: como hombres o como mujeres.

La genitalidad es una parte de nuestra sexualidad, de nuestra humanidad; disociar la genitalidad de la sexualidad es un error de consecuencias irreparables.

Las relaciones genitales vividas a destiempo y sin el sentido de su esencia y trascendencia no sólo no construyen la vida sino que la destruyen. Páginas de internet, películas, programas de televisión exacerbados de contenido “sexual” donde lo único que parece importar es el propio placer… ¿Y “el otro”?, ¿su felicidad?, ¿su integridad?, ¿su estabilidad?, ¿el dominio de sí?, ¿el matrimonio?, ¿la familia?, ¿la intención del “para siempre”?, ¿el compromiso?.., parecieran todas, expresiones en peligro de extinción.

¿Para qué comprometerse? Los jóvenes hoy viven en sus casas atendidos como reyes de todo a todo, tienen relaciones sexuales con las novias, ganan el dinero que quieren, no lo comparten con nadie y lo malgastan... Existen adolescentes de 45 y 50 años. La nuestra, es una generación de adolescentes eternos, con vidas sin ninguna responsabilidad vital.

Una “educación de la sexualidad” reducida y a la vez exaltada, trae por consecuencia graves neurosis que privarán a los jóvenes de la posibilidad natural de ejercer una sexualidad adulta plena y feliz; cada vez los especialistas de la salud mental observan más y más casos de impotencia, frigidez y desviaciones en el desarrollo de la sexualidad humana.

Con gran acierto Paul Chauchard afirma que “las experiencias precoces falsean la conciencia sexual impidiendo una verdadera virilidad o feminidad, haciéndola inapta para el amor. No habrá una sociedad equilibrada y feliz sino una alternancia de animales en celo que cazan...” Hoy nuestros adolescentes no se sienten impulsados a aprender a ser hombres o mujeres si no sólo a ejercer sus funciones genitales.

Pareciera que la humanidad ha pasado del tabú a la esclavitud del sexo. No pienso de ninguna manera que el tiempo pasado fuera mejor; creo que el tiempo pasado fue tiempo pasado. Somos corresponsables del aquí y del ahora; de construir un ambiente impregnado de respeto por nosotros mismos y por los demás, resultado del ejercicio de nuestra inteligencia de nuestra voluntad y de nuestra capacidad de amar.

La energía sexual de la genitalidad es tan intensa, tan grande, que vivida en su momento y en su lugar es capaz de generar vida; no sólo la vida de una nueva persona, sino generar la vida de un “nuevo ser” en cada uno; un nuevo ser en dignidad y en plenitud. Y esa misma energía es tan fuerte que vivida en forma “obscena”, es decir fuera de lugar y de tiempo, encandila e impide darse cuenta de los aspectos esenciales de la pareja, provocando errores irreversibles en la elección y en la relación.

La relación de una pareja destinada a la plenitud y a la trascendencia no puede tener su principio fundamental en la genitalidad sino en la conciencia del necesario encuentro y reencuentro a lo largo de la vida: de una gran amistad, de una consciente elección y de un serio compromiso de compartir la vida en común unión.

En la relación únicamente genital coinciden dos impulsos individuales que pretenden el propio o el mutuo placer momentáneo; en la relación sexual plena en el amor sintonizan dos autonomías, dos libertades que pretenden la plenitud, la permanencia y la trascendencia. Esta comunión precede y supera a la genitalidad.

Todo es cuestión de educación. El impulso sexual se educa. Su dominio es el ejercicio indispensable para la autonomía y para la libertad. Dejar “en su lugar y en su tiempo” la relación genital asegura que la juventud, con el cúmulo de energía natural que posee, se enfoque a la realización de un proyecto de vida pleno para la sólida construcción de su persona.

“Hacerlo seguro”... Sí, seguro de: vacío, frustración, tristeza y falta de sentido. No existen condones para el corazón.

El hecho de “llevar globos a las fiestas” y de tener varias parejas sexuales para saber “lo que quieres” y para “encontrar la pareja ideal” sólo genera confusión. Basta con echar una mirada a muchos de nuestros jóvenes y observar cómo van en el camino de descubrir el verdadero amor.

¿Por qué dejar en manos de aquellos que se rigen por la incoherencia, el materialismo y la frivolidad la educación de nuestros adolescentes y jóvenes?

Defendamos a toda costa su salud sexual, emocional, volitiva y afectiva; de eso depende su felicidad, que en definitiva es lo único que nos debe importar.

Abordemos la educación de la sexualidad con toda seriedad sin olvidar, por supuesto, su carácter gozoso y pleno. Educar en la sexualidad es educar al hombre íntegro, desde su esencia hacia lo más alto de su condición humana. Educar en la sexualidad en contra de la corriente de desenfreno, dispersión y pragmatismo resulta hoy una gran utopía. Y como dice Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”.

Un mundo que vive sin utopías es un mundo sin sentido. Hay que vivir en la utopía del respeto a la vida, de la promoción a la dignidad de persona, de la educación del corazón y del amor verdadero.

Hagamos capaces a nuestros jóvenes de vivir de acuerdo a su dimensión plenamente humana, de acuerdo a su proyecto original. El verdadero desarrollo de su conciencia amorosa sólo se encontrará en el equilibrio. “El equilibrio y la felicidad del hombre necesitan una triple integración progresiva: centrarse en sí, descentrarse en el amor y donación al otro y sobrecentrarse en uno más grande que uno mismo”, Teilhard de Chardin.