Lo que nunca te dije del aborto
milenio.com - Luis Miguel Aguilar

Se va a pensar —dice el camaleón peripatético en el cuarto donde escribo—que no estamos a favor del aborto. Pero, y como se cansan de explicar las feministas, nadie puede estar a favor del aborto, sino de la despenalización del aborto o de la posibilidad de elegir. Dicho lo cual, y ya que se ha abundado en el asunto durante las recientes semanas, nos acordamos de este poema en The Best American Poetry 2006. La autora es Alison Townsend. Nos sigue sorprendiendo su peculiaridad; es el único motivo por el que ofrecemos a los lectores una versión al español.

Lo que nunca te dije del aborto

Que me dolió, a pesar del anestésico,

Aplicado con una aguja larga, inyección directa al útero.

Que me dieron en el nervio vago la primera vez y me caí cuando intenté pararme.

Que luego de la segunda inyección mis piernas se cerraron de golpe:

De modo instintivo como el de cualquier madre feral que protege a su polluelo, zorrito, cachorro.

Que sostuve la mano de una enfermera hispánica y lloré

Cuando dijo: "Mi niña, no tienes por qué hacer esto".

Que yo pensaba que sí debía hacerlo, aunque casi me levanto y me voy.

Que el doctor fue majadero al decirme (cuando me vio consciente):

"Siempre las que quieren andar despiertas son a las que habría que dormir".

Que la dilatación y el legrado son exactamente a lo que suenan:

Abrir, raspar, extraer un resto de tejido pegado.

Que las madres crean y quitan vida. Que para llegar a la clínica

Atravesé un piquete. Que quise regresar otro día

Pero supe que si me iba no volvería. Que mi cabeza no estaba,

Como te hice creer, decidida esa noche por la Paternidad Planeada,

Con el papelito del laboratorio dando positivo brillante en mi mano como un boleto al cielo.

Que aquí fue donde la honda raíz de la tristeza empezó a arraigar.

Que estuve en nuestro cuarto días antes del "procedimiento",

Con mi blusa abierta y el brasier suelto, mirándome los pechos, maravillada

Por cómo se habían hinchado, incluso a las ocho semanas, como una fruta nunca vista por mí,

Recordando el ascenso y caída del cuerpo de mi madre mientras amamantaba a mi hermana.

Que me sentí habitada entonces. Encarnada, las células de mi piel resplandecientes,

Con brillo, y susto. Que quise estuviéramos casados, aunque parecía fuera de moda.

Que quise oírte decir: "¿Un bebé? Adelante"

En lugar de "Es tu cuerpo. Tú decides".

Que todo fue quirúrgico y limpio, ni siquiera

Con sangre después en el Kotex que me hacía sentir de catorce.

Que soñé con eso durante semanas. Que nos casamos años después, con ese sueño

Rasgado entre nosotros. Que habría querido sentir el tazón duro de mi vientre.

Que pensé que era lo práctico: tú en el posgrado,

Los dos sin seguro médico, yo la única con chamba.

Que la mesa donde me acostaron estaba fría. Que había el póster

De un gatito colgando de la rama de un árbol, con las palabras "Agárrate fuerte, bebé"

Sobre el techo encima de mí. Que barajé nombres

Una y otra vez en mi cabeza como piedras luminosas:

Caitlin, Phoebe, Rebecca, Siobhan.

Que la enfermera lloró conmigo, como en algún destino

Sud-californiano del siglo veinte, partera de la muerte

En su uniforme con flores impresas.

Que me envolvió las manos en su suéter azul marino.

Que describí el embrión del tamaño de un pulgar dentro de mí de los modos más obvios:

Camarón, cacahuate, capullo a punto de abrirse.

Pero no bebé, nunca bebé.

Que guardé el papeleo como prueba de que me habían admitido

En la escuela para madres. Que te conté una buena historia,

Haciéndote creer que yo no habría podido escribir con un niño,

Que este era el comienzo del final para nosotros.

Que aunque hoy somos amables, y cordiales cuando nos vemos,

Diez años después de nuestro divorcio, es la única cosa que no puedo perdonarte.

Que me ha llevado veinte años encontrar las palabras para esta historia.

Que no importa cuántos ques escriba; no son —ni serán— suficientes.